El chilco (Fuchsia magellanica) es una planta nativa de nuestro país que se encuentra desde la Región de Coquimbo hasta la de Magallanes, siendo más común en el sur del país y habitando principalmente en áreas húmedas como quebradas, vertientes y riveras de cursos de agua. Una de sus variantes, el chilco rosado (Fuchsia magellanica var. eburnea Pisano), está en peligro, pero se está recuperando en viveros como el nuestro. Este arbusto crece rápidamente, especialmente si se propaga mediante estacas o esquejes, mientras que la germinación de semillas es más lenta y comienza a florecer al tercer año.
Se recomienda propagar el chilco mediante estacas apicales o subapicales en verano, utilizando cama fría, arena y hormonas enraizantes, o en invierno plantándolas directamente en el suelo. Requiere suelos húmedos, neutros o ácidos, con buen drenaje y humedad atmosférica, y prefiere una luminosidad media, creciendo mejor en semisombra o en lugares que reciban sol por la mañana. Necesita riego moderado a abundante.
El chilco se cultiva como un arbusto ornamental debido a sus llamativas flores y su capacidad para rebrotar vigorosamente después de la poda, produciendo numerosas ramas nuevas que florecen en verano.
Además de ser bellísimo, el chilco tiene beneficios farmacológicos para los humanos:
En la medicina tradicional, se emplean las ramitas con hojas y flores del chilco en forma de decocción o infusión para tratar problemas relacionados con el ciclo menstrual, como irregularidades, escasez o dolor, así como para reducir la fiebre, a veces combinadas con tilo, y como un diurético. La decocción se prepara comúnmente en vino cuando se utiliza como emenagogo, mientras que para combatir la fiebre se elabora un jarabe con las flores de chilco. En ciertas áreas, la corteza de la planta también se utiliza con los mismos propósitos medicinales.
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